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domingo, 28 de septiembre de 2014

Los héroes anónimos ponen su hombro a la Expocruz

En el pabellón agropecuario de la Expocruz hay un hombre sentado en una silla modesta, desde ahí observa con la paciencia de una nana a una docena de toros y vacas de raza que pueden valer más que una casa o un vehículo cero kilómetro. Ángel Jerez, a sus 28 años, es experto en bañar a esos animales como si fuesen criaturas de pecho, en asistirles con la comida a la hora precisa, en limpiar el excremento cada vez que hacen sus necesidades fisiológicas y en velar su sueño, alejando así el estrés que ronda durante las noches.
Ángel Jerez, como otros que tienen las mismas tareas que él, está en el galpón pecuario toda la noche y hasta la madrugada, pero nadie lo ve. La gente que acude a la Expocruz se concentra en el ganado, le agarran el hocico a los animales y les rasca la cabeza y se sorprende por su tamaño. Es que Ángel, como tantos otros, es un ser anónimo, una especie de héroe invisible que a su modo le pone un grano de arena para que la mayor vitrina comercial que tiene Santa Cruz, relumbre en septiembre y su fama traspase las fronteras del país.
Así lo cree él: “Yo me esfuerzo para que esto salga bien. Incluso hay noches en las que solo duermo dos horas, porque a esos bichos los cuido más que a mis hijos”, explica.
Estos héroes anónimos están en varios lugares. Lo están también tras que el visitante da los primeros pasos dentro del campo ferial. Lilian Rosado tiene un bote de plástico en una mano y con la otra aprieta un botón para que caiga alcohol en gel a las manos de los visitantes. “¿Le limpio las manos?”, pregunta con cortesía y después explica que fue contratada para encarar una campaña de prevención contra la gripe AH1N1 y el ébola. Liliana trabaja de 17:00 a 24:00 y ganará durante los días de feria Bs 1.800. Ella ha limpiado varias manos, pero pocos le han mirado la cara y nadie le ha preguntado su nombre.
Entre la muchedumbre y en las calles del campo ferial, en el interior de los pabellones y en los costados de los patios de comida, varios hombres y mujeres vestidos con uniforme amarillo realizan un trabajo silencioso: literalmente le sacan la mugre a la Expocruz y las únicas armas que tienen son una escoba y un recolector de basura.
Roxana Chipana es una de ellas. La noche del lunes hacía su trabajo a un costado del escenario principal, donde tres muchachas reguetoneras entusiasmaban a un público pequeño con sus movimientos sexis.

Roxana tiene 28 años de edad y todos los días llega desde su casa, ubicada en la carretera a El Palmar a la Expocruz, para realizar su turno desde las 16:00 hasta la medianoche.
El trabajo suyo no puede ser considerado muy duro, dice, pero agradecería a las personas que a la hora de botar su basura no la tire al piso, sino que la deposite en los botes que se habilitaron en varios puntos de la feria. Lo más duro viene después, cuando tiene que irse a casa, porque el micro la lleva hasta cierto lugar y de ahí tiene que tomar un taxi que le cobra Bs 15. Y esa cantidad de dinero, para ella es abultada.
De entre los héroes anónimos, el más visible es Yasmani Cabezas. Y lo es, quizás, porque está en una esquina concurrida de la Expocruz o porque vende un producto que la gente considera de primera necesidad. Yasmani ofrece tarjetas telefónicas y lo hace desde su silla de ruedas, donde está sentado, soportando la enfermedad de osteoporosis que padece desde hace 15 años, cuando era un hombre fuerte que se ganaba la vida como albañil.
“Estoy haciendo por lo menos para el pan”, dice Yasmani, que tiene 43 años de edad y que vive en La Bélgica. Es que muchos de los que aportan a la Expocruz sin hacer mucha bulla, viven en barrios de la periferia o en pueblos cercanos a la capital.
Mario Herrera, el gerente general de la Fexpocruz, dice que son 80 los trabajadores de planta que laboran silenciosamente durante todo el año para poner a punto el mayor evento de septiembre y otras ferias sectoriales.
“Hay mucha gente que no se ve, como los que se dedican al montaje de los pabellones de los stands, los electricistas, los de la logística de animales, los de almacén, solo por citar unos ejemplos de los que hacen un trabajo hormiga.

Los de afuera
Desde afuera, la gente también siente que pone su pedazo de ladrillo para que la gente que va a la Expocruz satisfaga alguna necesidad. Albina Molina, por ejemplo, es una de las que sacia la sed de los visitantes. Desde las afueras de la Expocruz y cerca de las boleterías, vende en toda la noche más de 900 botellas de agua fría. Eso viene haciendo desde hace 10 años. Lo que más le llama la atención a esta mujer de 48 años, son los vehículos último modelo que desde afuera se ven expuestos dentro del campo ferial. Algún día quiere tener uno de esos, y por eso se esfuerza en vender la mayor cantidad de botellas de agua.
“Los que estamos fuera vemos lo que otros no pueden”, dice Demetria, que asegura que ha detectado muchas veces a personas que se camuflaron entre la multitud para hurtar billeteras. “Desde aquí se ve de todo”, explica. En las inmediaciones de la Expocruz existen más de media docena de parqueos cerrados y el servicio también se ofrece en las veredas anchas. Wilson Aguilera administra uno que está en la avenida Roca y Coronado y que tiene una capacidad para 50 vehículos. El costo del servicio es de Bs 25.
El gerente de la Fexpocruz, considera que afuera de la feria se generan 45.000 empleos directos e indirectos, que van desde la mujer que vende hamburguesas criollas hasta el taxista que transporta pasajeros desde barrios lejanos. Demetria Isla llega todas las noches desde La Guardia hasta una vereda de la Expocruz. Lo hace montada en su motocarro, que es fabricado especialmente para elaborar hamburguesas que las vende desde Bs 7.
Lourdes Colque es una cocinera que espera septiembre con la misma alegría que aguarda el día de su cumpleaños. Durante toda la Expocruz vende más que durante medio año en otros puestos callejeros de la ciudad. El año pasado, con lo que ganó en las jornadas de feria, dice que se compró una lavadora y remodeló su casa que había quedado chica para los seis miembros de su familia.
“La gente llega bien vestida, pero eso no les quita el interés de comer agachada”, asegura Argelia González, vendedora de comida, que tiene clientes que antes de entrar al campo ferial prefieren comer afuera porque el plato es más barato.
José Luís Yucra siente que le pone un grano de arena, porque se para a la entrada y lustra los zapatos para que brillen en la Expocruz

La feria une a personas que llegan a Santa Cruz
La noche del pasado lunes, en la jardinera de la avenida Roca y Coronado, frente a la Expocruz, había una colcha extendida sobre el pasto, en la que descansaba un hombre joven y tres niños. “Hemos llegado temprano y estamos esperando a un pariente que llegó de Chile para disfrutar de la feria”, explicó Ibraín Guzmán, emocionado por el encuentro con su pariente.
Roberto se fue a la feria directamente desde el trabajo. Como no pudo ir por su casa, su esposa lo esperó afuera y le llevó una camisa que se la puso detrás de un árbol para que no le vean su torso desnudo cuando se estaba cambiando.
“Hemos llegado temprano para que la noche nos alcance para ver todos los pabellones”, explicó.
Los esposos Alfonso y Elizabeth llegaron para hacer compras. Estuvieron cuatro años en Chile, trabajando en campos agrícolas. Con el dinero ahorrado piensan comprarse una vehículo a precio de feria y pagar un porcentaje de un casa que elegirán entre las empresas que estén ofreciéndolas en la Expocruz.

Para saber

Los empleos
La Expocruz genera 75.000 empleos entre directos e indirectos, participan 2.300 expositores y cada stand contrata a por lo menos dos azafatas.

Bajo las estrellas
Las personas que trabajan cuidando vehículos en las veredas amplias de los terrenos cercanos a la feria, tienen su cama en el lugar, donde descansan.

RUMBO A CASA
Caminar es otra actividad que practican los visitantes, porque debido al tráfico vehicular en la zona, prefieren ir a pie para tomar un taxi o micro.

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